Quieres ser abundante, o solo rico?

Quieres ser abundante, o solo rico?

by in Artículos, Potencial humano, Psicología 09/10/2015

Cuando en sociedad se habla de abundancia o de ser abundante, esta expresión se asimila también a ser rico u opulento, lo cual hace pensar que dichos términos son intercambiables. No obstante, una mirada un poco más atenta nos permitirá constatar que la posesión de grandes sumas de dinero o la propiedad de muchos bienes materiales, más o menos lujosos, no implica necesariamente que alguien sea -de verdad- abundante.

Un legendario y paradigmático caso de persona rica-pero-no-abundante lo tenemos en Hetty Green, una señora millonaria que figura en el Libro Guinnes de los Records por su tremenda avaricia y tacañería. Esta mujer estadounidense, nacida en 1834, heredó de su padre a los 30 años una gran fortuna, invirtiendo el dinero desde entonces en negocios del sector mobiliario y ferrocarriles, realizando también préstamos. Hasta ahí, todo normal.

A los 33 años, Hetty se casó con un millonario de Vermont, Edward Green, a quien hizo firmar un acuerdo por el cual no podría reclamarla ni un solo dólar, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia. El matrimonio, que se mudó a Nueva York, tuvo dos hijos, Robinson y Sylvia Ann.

Fue cuando su esposo se arruinó, en 1885, que Hetty se separó de él, criando luego a sus hijos en la precariedad, en habitaciones de hoteles baratos, a fin de no pagar impuestos de propiedades. Y si esto ya nos escandaliza, tratándose de una persona millonaria, imagínense qué avería habría en aquella psique si les digo que hubo un tiempo en que ella usaba el mismo vestido, del cual solo lavaba la parte que tocaba el suelo, para no gastar en jabón “más de la cuenta”…

Pero la cosa no termina ahí. En una ocasión su hijo Edward se lastimó la rodilla, llevándole su madre al hospital de caridad, pues no quería pagar el costo (mayor o menor) de la consulta de cualquier médico de la época. Cuando el Dr. que atendió a Edward reconoció quién era su madre, la exigió el pago de la consulta, a lo que ella se negó, prefiriendo curar a su hijo personalmente. El resultado fue que, dos años después, la herida se infectó y, desgraciadamente, no hubo más remedio que amputar la pierna.

Habiendo así experimentado en propia carne los efectos de la intransigente e ineluctable avaricia de su madre, mucho después el mismo Edward tuvo que pedir a unas enfermeras -contratadas para atender a Hetty tras la apoplejía que sufrió a los 81 años– que vistieran ropa ordinaria para que ella no se diera cuenta de quienes eran, pues muy bien sabía su hijo que Hetty se habría opuesto, por causa del gasto inaceptable que aquella asistencia suponía.

Pasando el tiempo, los achaques de Hetty se agravarían debido a una hernia de la cual rehusó ser operada, ya que la cirugía le hubiese costado (la friolera de) 150 dólares. Así, la señora Green -también conocida como “la bruja de Wall Street”, por su habilidad en el negocio bursátil- murió ese mismo año en posesión de unos 100 millones de dólares, de los cuales su hijo heredó y fundió una parte, despilfarrada en fiestas, joyas y yates (suponemos que este hombre, traumatizado por tan maniática tacañería materna, no pudo evitar dejarse oscilar por el péndulo hacia el otro extremo).

En lo que respecta a la otra hija de Hetty Green, Sylvia, esta dejó al morir un patrimonio de 200 millones de dólares, que donó a organizaciones de beneficencia, mostrando con esto que, aunque tampoco supo o pudo disfrutarlos o invertirlos sabiamente en vida, sí que tuvo la lucidez -y el corazón- para darse cuenta de que hay maneras de emplear el dinero más provechosas y humanitarias que atesorarlo simplemente en las arcas de algún banco, o destinarlo egoístamente a los insaciables caprichos y fatuos delirios de la vanidad humana.

Una cuestión de visión y actitud

Sin duda, la señora Green poseía una gran fortuna en dinero, e incluso era notable su habilidad para tener aún más, a través de sus negocios lucrativos. Pero, ciertamente, dentro de sí vivía un infortunio, pues nunca conoció la abundancia. Al contrario, sus actos, su comportamiento, su conducta toda, estaban manchados –arruinados- por la mano negra de su propia conciencia de escasez.

Atrapada de este modo en semejante condicionamiento mental, presa en la cárcel de sus propias creencias, donde los barrotes que la limitaban no se hallaban fuera sino dentro, vivía ella una vida miserable en un mundo oscuro en el que –desde su particular prisma- siempre vio motivos para enterrar su talento bajo tierra, encontrando por doquier amenazas para la integridad de su patrimonio monetario, si bien no se daba cuenta de que era su propia integridad -como mujer y ser humano- la que estaba seriamente resquebrajada, desmoronada.

Mas la miseria en su vida no fue tanto por las condiciones de estrechez y precariedad que ella misma se imponía (e imponía a los “suyos”), sino sobre todo porque en su delirio cayó en conductas negligentes, temerarias, insensatas y, de hecho, inhumanas, que acabaron en resultados desastrosos, perjudicándose no solo a sí misma, sino también –por ejemplo- a sus propios hijos, mostrando con ello un comportamiento indigno en una madre.

Y es que un estado externo de riqueza material puede esconder -tras una pose de poder, dominio y astucia- una pobreza interior, una zozobra y ceguera de espíritu, que hacen de la persona un muñeco roto, un pelele a merced de las compulsiones de una psique desequilibrada, víctima de esquemas socioculturales desnaturalizados. De esto nos sobran los ejemplos, muy conocidos y cercanos, como el caso de José Manuel Calvo, natural de Ourense, a quien le tocaron 10 millones de euros en la Lotería Primitiva (2003) y, lejos de vivir en la abundancia, terminó suicidándose acosado por las deudas.

Con todo, no es ningún descubrimiento –aunque ahora le pongan nombres como, por ejemplo, la Ley de Atracción- que nuestra actitud o visión vital mostrada en nuestros pensamientos, palabras y actos, entretejidos como una red,  van determinando –gradual pero infaliblemente- el tipo de personas, situaciones o experiencias que encontramos y que, en cualquier ámbito, estarán “casualmente” en correspondencia o sintonía con nuestro propio estado interno y, más concretamente, con el modo en que nos tratamos a nosotros mismos.

Se refleja así fielmente afuera lo que se cuece dentro, oculto por el autoengaño, la presunción o, sencillamente, el temor a vernos tal como somos, con nuestras luces y sombras. De manera que cuando alguien se niega a mirar en su interior algo que precisa ser sanado, equilibrado o integrado, se ve abocado a verlo, a vivirlo (y sufrirlo) de todos modos en el espejo del propio cuerpo (en forma de enfermedades), de los demás y del entorno.

En este sentido, la vida de Hetty Green plantea, una vez más, esta paradoja: riqueza en lo material, pobreza en lo espiritual. Qué diferencia con aquellos otros casos, también conocidos, de personas muy humildes, de escasos recursos, pero que muestran una dignidad e integridad, una claridad y una alegría desconocidas para un ingente número de personas bien situadas del llamado “primer mundo”, sean millonarias o no.

El vacío interno de estas personas pudientes (vacío que muchas veces se trata de tapar o sofocar a base de ansiolíticos y antidepresivos), contrasta ostensiblemente con la sencilla y clara abundancia de quienes confían en sí mismos y en la vida, dando y recibiendo sin reparos, cosechando exactamente aquello que sembraron con las semillas de sus pensamientos, sentimientos, palabras y acciones. Con una visión y actitud, en definitiva, presidida por la confianza, el desapego y el servicio impersonal o inegoísta, efecto natural de amarse y aceptarse completamente a sí mismos y a los demás como a sí mismos; pues la Vida es Una, y no hay separación real.

“El observador determina el resultado del experimento”, reza uno de los postulados fundamentales de la Física Cuántica. Y ya queda para nosotros el indagar si nuestra visión, enfoque o actitud influye solamente en el invisible microcosmos de las partículas más elementales de la materia, o si tal vez esto también es aplicable y se cumple –seamos conscientes o no- en cualquier aspecto de nuestras vidas cotidianas, como así lo apuntaron o enseñaron, desde la antigüedad hasta nuestros días, algunos grandes sabios, científicos y exploradores de la conciencia….

Alan Omar Santhi,  para Mache blog

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  1. […] envidioso pensará que sólo teniendo mucho éxito y mucho dinero, merecerá la pena vivir. Pero el dinero no da la felicidad, más bien al contrario muchas veces… Es cierto que te puede dar un coche más […]

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