Terapia psiquedélica y espiritualidad

Terapia psiquedélica y espiritualidad

by in Artículos, Marihuana, Potencial humano, Psicología, Terapias 30/04/2016

psiquedélicos

Da la sensación de que la paciencia y la discreción están dando sus frutos y empiezan a concederse permisos para utilizar los psiquedélicos en un contexto médico. Es algo que enerva al prohibicionista y usuario lúdico, quien suele detestar esta especie de paternalismo que le hace pasar por el tubo de la psiquiatría, pero es un paso que permitirá que en un tiempo relativamente breve se puedan utilizar los psiquedélicos y otras sustancias como la MDMA o la ketamina en terapia.

A los terapeutas que se aventuren en ésta clase de psicoterapias se les plantearan algunos desafíos diferentes a los habituales, para los que tal vez no estén muy preparados. En vistas a ello será útil revisar todo el trabajo que se hizo en las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, cuando la investigación y terapia con la LSD era legal, aunque detrás estuviera, en la mayoría de los casos, la CIA.

No me estoy refiriendo al tipo de terapia que se hacía en dicha época, bastante confusa y con abordajes poco científicos, sino más bien al relato de los pacientes -los verdaderos héroes de esos tiempos- que describían, en ocasiones con mucho arte, sus experiencias bastante alejadas de lo convencional.

Los pioneros en la terapia con la LSD enseguida se dieron cuenta de que sus pacientes, en muchos casos, entraban en estados que solo podían describir como místicos o espirituales, y es algo que volverá sin duda a suceder. A los terapeutas realmente científicos, que consideran que mente y cerebro son sinónimos, los conceptos de espiritualidad y mística les incomodan bastante.

En el otro extremo, las personas inmersas en un camino espiritual son reacias a reconocer las iluminaciones que producen los psiquedélicos. Habrá que trabajar mucho para alcanzar un consenso, que posiblemente solo se logre buscando un nuevo lenguaje que sea cómodo para los científicos, pero también para las personas que han comprobado el valor que tienen las experiencias de los estados no-ordinarios de consciencia pero, por así decir, quieren seguir siendo ateas.

Por un lado tenemos el cientificismo, que es una mala práctica científica y por otro las religiones tradicionales que en la mayoría de los casos han negado la experiencia mística o espiritual. No es extraño que en ciertas épocas compartieran hoguera científicos y místicos.

Otra de las cuestiones que se les planteará a los terapeutas que trabajen con psiquedélicos es el hecho de que tendrán que reflexionar a fondo sobre que significa la curación. En la actualidad los psiquiatras y psicólogos tradicionales tienen un concepto bastante pobre de lo que significa la sanación, cifrándola básicamente en la eliminación de los síntomas o en devolver al redil a las personas que pasean su desazón por este Valle de Lágrimas, para que sigan aguantando el día a día en una sociedad absurda, mafiosa y corrupta. Algo parecido a lo que hacen los médicos que curan a los soldados para que vuelvan cuanto antes a primera línea de fuego. El terapeuta psiquedélico se verá obligado a apuntar mucho más alto, pues los propios efectos de la sustancia le obligarán a ello. No se tratará ya de eliminar los síntomas sino de bucear en el origen de éstos y llevar al paciente a una armonía superior, que el mismo desconoce poseer: la verdadera sanación. Ardua tarea.

En otro orden de cosas el terapeuta psiquedélico se encontrará con momentos delicados en los que la ciencia enmudece. De hecho hoy en día un científico digno de este nombre debe estar abierto a la perplejidad de los espacios que se abren con estas sustancias. Pero no debe temer nada y poseer tanto valor como los físicos actuales, representantes de la ciencia más fundamental, y que está en la base del resto, que no tiemblan ante las surrealistas y esotéricas teorías de las supercuerdas, el entrelazamiento cuántico o el multiverso. En ocasiones les será más conveniente ser especialistas en religiones comparadas que en neurociencias.

Por poner un ejemplo, en una ocasión Stan Grof me explicó que en la época que trabaja legalmente con la LSD le enviaban casos de personas desesperadas y desahuciadas por la psiquiatría tradicional. Cierta vez le trajeron a una joven directamente de un psiquiátrico penitenciario. Era una delincuente juvenil, lesbiana y muy violenta. Las primeras sesiones no fueron suficientes para aplacar su agresividad, ira, desesperación y otros condicionamientos obsesivos. En la cuarta sesión, de repente la joven se dirigió a Grof con una voz gutural, como si hablara otra persona, que amenazó a Stan para que dejara tranquila a la chica y dio detalles, a Grof, sobre su vida que de ningún modo la chica podía conocer. Stan creyó, por la expresión de la muchacha, que estaba frente al demonio y me confesó que en aquel momento más que Diazepan hubiera necesitado un crucifijo. Para parar el golpe utilizó técnicas más propias de un exorcista que de un terapeuta.

Estoy convencido de que al terapeuta psiquedélico le serán muy útiles las vías de liberación orientales como el zen, que no son religiones sino caminos que apuntan al despertar y que han llegado a trazar unas cartografías de los estados modificados de consciencia que serán muy útiles a los psicólogos psiquedélicos, de modo que puedan seguir manteniendo sus intereses científicos mientras se abren a observaciones empíricas, muy detalladas, descritas por expertos meditadores de largo recorrido.

De hecho aunque Timothy Leary hizo muchas tonterías no andaba tan desencaminado cuando intentó crear un manual para el viaje psiquedélico basándose en el Libro tibetano de los muertos. Su error fue utilizar la edición de Evans-Wenz, que deja mucho que desear, y el no tener experiencia suficiente del budismo y sus prácticas.

Personalmente, como alternativa, creo que un terapeuta psiquedélico podría utilizar la guía de textos de zen  como las diez figuras de la doma del buey, un texto zen clásico que cartografía una vía de individuación que supera en mucho al concepto de Jung.

Según mi experiencia, la vía de liberación oriental más potente es precisamente el zen. Algunos estudiosos actuales, partiendo de antiguos manuscritos encontrados en las cuevas de Dunhuang, consideran que el zen tiene la misma raíz, el ch’an (zen) chino; algo que los tibetanos no quieren reconocer. En mi juventud, con la osadía que da la edad, discutí sobre el asunto con el legendario lama dzogchen Namkhai Norbu.

Las diez imágenes del pastoreo del buey tienen su equivalente en India en las figuras de la doma del elefante y en el taoísmo chino con la doma del caballo. Se trata de la descripción simbólica de un proceso que lleva al practicante, y tal vez conduzca al paciente psiquedélico, a la iluminación, que representaría la sanación real: ver las cosas tal como son, mediante una sabiduría no convencional y liberado de los condicionamientos.

Las imágenes de la doma o pastoreo del buey están acompañadas de unos escuetos poemas del Maestro zen del siglo XII, Kuoan.

La pintura inicial se denomina buscando al buey. Refleja que hay varios tipos de búsqueda. En el contexto psicológico hablaríamos de la búsqueda del bienestar y posteriormente, en terapias más psiquedélicas y avanzadas, del bienestar espiritual. Hasta ahora la búsqueda espiritual pertenecía a otro ámbito, pero tal vez la terapia psiquedélica pueda unificar la búsqueda psicológica y la espiritual, lo que considero una de las grandes tareas del siglo XXI. Hoy en día la mayoría de las personas emprenden la búsqueda espiritual persiguiendo algo que no atañe a dicha tradición. La felicidad psíquica y la armonía física no son más que efectos secundarios de la práctica espiritual.

En muchas ocasiones lo que llamamos neurosis o depresión constituyen el umbral a la vida espiritual, a la que nos conduce el hastío existencial o la rueda del samsara budista.

La vía espiritual y la terapia profunda no tienen como objetivo endulzar la vida cotidiana sino ayudarnos a caminar por un espinoso y estrecho camino que nos conducirá a la libertad. No se trata de cambiar nuestra neurótica y destartalada jaula por una de oro.

De hecho no estamos separados del buey. En la siguiente imagen encontramos las huellas del buey. Es cuando empezamos a ser conscientes de los condicionamientos inconscientes que nos atan, tenemos la capacidad de dar un paso atrás y empezamos a actuar libremente en lugar de a reaccionar automáticamente desde nuestros profundos hábitos. Patrones tan enraizados, que creemos son nuestra personalidad. Una suerte de tatuajes del alma.

La tercera ilustración se titula atisbar al buey. Es un momento que han vivido muchos psiconautas. Ver nuestra verdadera naturaleza constituye la experiencia de no-separación de la totalidad del universo. Se dice que las drogas alejan a las personas de la realidad, cuando en ocasiones les llevan a la auténtica realidad. Suele ser un momento fugaz y no duradero, pero es profundamente radical en el modo en que nos sumerge en la base de nuestro ser más íntimo. Ahí se unifican el conocimiento intelectual con la experiencia. Nuestra práctica verifica la verdad. Ésta última deja de ser una idea. Es nuestro cuerpo y nuestra mente. Nos convertimos en la verdad, aunque sea de forma transitoria.

El mayor peligro de la vida espiritual, y de la terapia psiquedélica es intelectualizar nuestras vidas. Es algo muy difícil de eludir. Lo hacemos constantemente. Los pensamientos nos alejan de la vida plena y del misterio del que no se puede hablar. Lo infinito, inefable e intemporal.

La cuarta figura se titula apresando al buey. En este punto vemos como el buey significa todavía el entrelazamiento del absoluto y el ego, que está programado para reaparecer una y otra vez. A pesar de haber tenido un atisbo de la sabiduría no-conceptual, los condicionamientos no desaparecen de un día para otro. La terapia real consiste en la tarea de hacernos abandonar nuestro condicionamiento para actualizar, día a día, nuestra visión profunda. Es un proceso que no tendrá fin, hasta que nuestra sabiduría no pase al acto.

La figura quinta se titula domando al buey y en el fondo sigue siendo, en cierto sentido, el proceso de domar nuestro ego y llevar nuestros conocimientos teóricos a la experiencia. Es el momento en que, tras profundizar en la terapia y en el espacio al que nos pueden haber llevado los psiquedélicos, utilizamos nuestra práctica para abrirnos a la posibilidad de vivir con una armonía mayor.

En este punto la tarea más urgente es la de desmantelar nuestros patrones de condicionamiento, que es mucho más difícil de lo que podamos imaginar. El verdadero núcleo de la terapia. La ilusión del ego está totalmente imbricada en el modo de hacer las cosas, nuestra forma de relacionarnos con los demás, nuestra forma de trabajar o la de jugar con nuestros hijos. Todas estas dimensiones de nuestra vida están impregnadas por nuestros patrones de condicionamiento dualísticos.

La ilustración sexta se denomina cabalgando de vuelta a casa con el buey. Es cuando llegamos a una fase sin retorno. Se trata del momento en que hemos avanzado mucho en la terapia, o la vía psiquedélica, y cuando el retroceso ya no puede producirse.

La séptima imagen se titula olvidar al buey. El momento en que nada falta y nada sobra. Da la sensación que nos hemos desprendido de una suerte de cataratas psíquicas. Dejamos de apegarnos a las cosas. En algunas versiones los dibujos se detienen aquí. Algunos Maestros dicen que el resto de figuras son inefables y prácticamente no podemos hablar de ellas.

Quienes se aventuran más allá llegan a la figura octava: trascender el buey. Aunque todavía nos faltará un paso más. Realizar el absoluto no es todavía la iluminación. Es un momento cumbre importante para pasar posteriormente al otro lado de la montaña; volver a las complicaciones mundanas para poner a prueba nuestra realización en todo lo que hagamos.

La novena figura se denomina regreso al origen. Desde la perspectiva ilusoria de la mente, la vida es muy confusa y problemática. Es dolorosa y está impregnada de un sufrimiento infinito. Pero al volver al origen comprobamos que la vida es muy simple y natural. Descubrimos lo que hemos de hacer y cómo hacerlo. Nuestra actividad liberada de condicionamientos se vuelve espontánea.

La décima y última figura se conoce como volver al mercado. Hemos pasado de los cero grados a los trescientos sesenta grados y descubrimos que, como dice un proverbio zen: “Viajero, sin dar un solo paso has llegado a tu destino.”

He intentado poner un ejemplo que nos puede ayudar a hermanar la terapia psiquedélica con la espiritualidad, pero podrían utilizarse otros, como el círculo zen del Maestro Seung Sahn en el que partimos de los 0º grados, el apego al nombre y a la forma, nuestro pequeño yo, hasta alcanzar los 360º, el gran yo, el no apegarse al pensamiento, el mundo real de la experiencia. Los 90º representan la existencia dualista. La dualidad existencia/no-existencia y el apego al pensamiento. De ahí se pasa a los 180º, donde se alcanza el vacío, aunque existe luego un apego al vacío; el último intento del ego por mantener su existencia. Luego se alcanzan los 270º, un espacio de magia que conocen bien los psiconautas, donde creemos haber alcanzado la libertad absoluta, pero donde a partir de ahí todavía hay que dar un paso más que nos lleve a ver las cosas tal como son. Hasta este momento nuestra vida era como caminar por la cuerda floja, ahora comprobamos que la cuerda estaba pintada en el suelo. Es importante señalar que los 0º coinciden con los 360º.

Insisto, he pretendido simplemente poner algunos ejemplos de cómo se podría combinar la espiritualidad más radical con la terapia psiquedélica. Los terapeutas que la practiquen no conseguirán nada si utilizan los parámetros clásicos. Pero para ello el terapeuta tiene que haber transitado por su propio camino de liberación y conseguir que no sean sus condicionamientos la media y  límite de la sanación de sus pacientes. La psicología occidental está llena de arrogantes que alimentan sus descomunales egos pretendiendo curar a los demás y que en la terapia convencional podían reducir a sus pacientes hasta la mínima expresión, negando muchas veces sus profundas intuiciones de las que ellos carecían. Esto no va a ser posible en la terapia psiquedélica. Algo que tiene que tener muy claro el que quiera dedicarse a ésta. Lo contrario sería como tener un magnífico barco, capaz de cruzar océanos, y dedicarse simplemente a costear.

Autor: Fernando Pardo. Adaptado por Equipo Maché Blog

 

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